Un impacto ambiental podría ser definido como los cambios
ambientales producidos por un proyecto. Pueden ser positivos o
negativos, directos o indirectos, mediatos o inmediatos,
continuos o discontinuos, puntuales o abarcativos, reversibles o
irreversibles, moderados o importantes. Cuando se supone que el
impacto de una gran obra es importante, antes de decidir su
realización se requiere de una Evaluación Impacto Ambiental
(EIA) hecho por un equipo interdisciplinario. Idealmente, los
resultados de ese trabajo deben ser presentados a quien debe
tomar la decisión y al público en general, para que así puedan
evaluar la conveniencia o no del proyecto. Pero la realidad es
distinta: la evaluación es encarada con la decisión política
ya tomada y sólo para cumplir con requisitos burocráticos.
Estas EIA suelen ser realizadas por instituciones o consultoras
de escasa independencia intelectual lo que lleva a imprecisiones
y cierta "benevolencia" para juzgar los impactos. No
debe sorprender que proyectos de gran envergadura y costo
sideral, sean acompañados de gruesos volúmenes de letra muerta,
realizados en un escritorio, muy lejos del lugar donde sucederán
los impactos. Un ejemplo de esto fue la represa de Uruguay.
Existen casos -como el de Yacyretá- en que el EIA es serio, pero
no es tenido en cuenta a la hora de la verdad. E otras palabras:
son necesarias evaluaciones independientes, hechas por
especialistas reconocidos que aseguren conclusiones serias, y
después tenerlas en cuenta.
Dos citas para el anecdotario de los EIA autóctonos:
1) el 24 de diciembre de 1995, la 4º plataforma flotante Mabel que realizaba estudios y análisis en el Río de la Plata para el polémico proyecto de la Aeroisla (900 millones de dólares) se hundió con su costo de 700 mil dólares. ¿Una premonición sobre el estudio y el proyecto?
2) El primer tramo de la faraónica Hidrovía Paraná-Paraguay ya se inauguró, peaje incluido. A pocos días de andar, en enero de 1996, encallaron dos buques. ¿Imprevisión?
Volver a la CARTA DE
PRESENTACION